domingo, 8 de mayo de 2011

Marcha -silenciosa- por la paz. No más violencía.

La postura de Javier Sicilia es muy sencilla: su postura es la de muchos de nosotros, cansados, frustrados con la situación de corrupción en el país, despojados de alguno de nuestros seres queridos de mano de autoridades, o secuestradores, o los dos en contubernio. Es la postura de quienes piden que ya no se insulte-no digamos la inteligencia, que desde hace mucho nos la insultan los gobernantes, si no- a la dignidad humana. Y menos atentando en contra de la vida-de la población civil- jugando con excusas, fomentando absurdas "guerras" y abyecta violencia y corrupción: por que una es espejo de la otra; por que lo que intentan las autoridades es hacerse los amnésicos como si ellos no hubiesen dejado crecer y alimentado la cabeza de la hidra, a quién ahora sueltan provocando-incitando- a un estado de constante shock, de "salvese quien pueda";-eso si- siempre dispuestos a servir a intereses oscuros, y de paso sacar su tajada. Donde no importan las palabras ni las muertes. Por eso la marcha es de silencio: ¿que les podemos decir? ¿como les intentamos detallar nuestro dolor? si ya nos dijeron que no escucharan, que seguirán -"voy delate y no me quito"-, por que esa es, lamentablemente, parte de su incompetencia, la de no sentir ni siquiera empatía. Por eso el cuestionamiento legitimo que hace Don Javier Sicilia, en medio de su dolor, de su hartazgo: basta de simulación-primero el presidente condena a quienes "por buena fe" se opongan a su "guerra"; después, al ver la reacción de la gente y la opinión pública ante la marcha, sin cambiar mucho el tono declara su "respeto por manifestaciones de este tipo", ¿no es eso pura simulación , subirse al barquito en cuanto le resulte oportuno?-.
Basta de la violencia desatada-con la excusa que sea-.

Sicilia habla por muchos de nosotros pues ha sido claro: La violencia motivada por un mal gobierno oportunista y simulador lo ha despojado de su hijo. Nada nos va a devolver a nuestros seres queridos; pero queremos que se entienda que esto no puede seguir así. Que este no pude ser de ninguna manera el futuro que queremos como mexicanos.

De esta forma, de manera coherente-como un ciudadano en su legitimo derecho-responsabilizó a Felipe Calderón de la violencia e inseguridad, por haber iniciado una “guerra mal planteada, mal hecha y mal dirigida, que lo único que ha logrado, además de sumirnos en el horror y el crimen, es poner al descubierto el pudrimiento que está en el corazón de nuestras instituciones” señaló.

Acusó a empresarios y políticos de la mala situación “porque en nombre de una guerra absurda están destinando presupuestos multimillonarios para alimentar la violencia y, al quitárselos a la educación, al empleo, a la cultura y al campo, están destruyendo el suelo en el que la sobrevivencia y la vida pública tienen su casa” .

Manifestó su inconformidad con los resultados de la investigación del homicidio de su hijo Juan Francisco Sicilia y otras seis personas.

Mencionó que busca con esta marcha, la reflexión sobre la situación de violencia que ha devorado la tranquilidad de la mayoría de los mexicanos.


*Estamos hartos de las omisiones del gobierno.Cuando al llegar a sus cargos, ustedes juraron ante la patria, es decir, ante nosotros, los ciudadanos, que harían cumplir la Constitución o que el pueblo se los demandara, nosotros confiamos en ustedes. Ahora que han demostrado que han sido incapaces de cumplirla.

Hasta ahora, sumidos en sus intereses, empantanados en sus pequeñas y mezquinas ambiciones ideológicas, mediáticas y electoreras, empeñados en idioteces, lejos de detener esta violencia demencial están despojando a nuestros jóvenes de la esperanza y de sus sueños, y les están mutilando su creatividad, su libertad y su paz.

Los partidos políticos tienen gravísimas omisiones frente al crimen organizado. Esas omisiones han sido la moneda de cambio para acomodarse aquí y allá, erosionando las instituciones e hiriendo gravemente a la nación.

Los gobiernos, me refiero al ejecutivo y legislativo de la Federación, de los estados y de los municipios, han mantenido impune a una buena parte de la mal llamada clase política porque no han sido capaces de independizar al poder judicial de la política y con ello han protegido intereses y complicidades criminales. Cuando Colombia logró sacar del control político al poder judicial, logró encarcelar al 40% de los miembros del Congreso que estaban vinculados con el crimen. Son omisos también porque en nombre de una guerra absurda están destinando presupuestos multimillonarios para alimentar la violencia y, al quitárselos a la educación, al empleo, a la cultura y al campo, están destruyendo el suelo en el que la sobrevivencia y la vida pública tienen su casa.

El esfuerzo que podamos hacer los ciudadanos y algunos gobernantes honestos y comprometidos resulta inútil, estéril, sin jueces, magistrados y ministros que impartan justicia. Hoy son más los incentivos para operar en la ilegalidad que dentro de ella. Demandas y denuncias que se quedan archivadas por años, litigios y procesos a modo, amparos otorgados al vapor, sentencias recurridas y reducidas que demeritan ante los agraviados la sensación de haber recibido justicia e invitan a hacerse justicia por propia mano. Mucha de la sensación que hoy tenemos de vivir en la ilegalidad se debe a un poder judicial ineficaz, corrupto y dependiente de las mismas corrupciones políticas.

Los empresarios han sido omisos al cuidar sus intereses particulares por encima de los de la gente que hace posible la vida de los pueblos. Su egoísmo y su vida timorata les ha impedido denunciar a quienes de entre ustedes –que administran la banca y tienen algún tipo de empresas–, lavan dinero; les ha permitido administrar el desempleo para explotar el trabajo honrado, pero mal pagado, y maximizar sus ganancias; les ha permitido destruir formas de comercio nacidas de la vida de la ciudadanía con el fin de expandir sus mercancías y sus industrias, y destruir las formas de vida autóctonas. Han sido omisos –y aquí me refiero a los monopolios mediáticos– al no permitir la democratización de los medios, al manipular a la ciudadanía a través de ellos para conservar sus intereses, expandir sus capitales y negociar con los partidos. No es posible que en esta nación tengamos al empresario más rico del mundo y a 50 millones de hombres, mujeres, niños y niñas, despojados y sumidos en la miseria. Hoy somos testigos de una guerra entre los gigantes de la telecomunicación, una guerra tan imbécil y absurda como la que vivimos entre el crimen y el gobierno, y ya no sabemos bien si su disputa es por los mercados, por el espectro o por saber quien logra expoliar más a los mexicanos.

Las Iglesias también han sido omisas. La mía, la católica, a la que me refiero por ser la mía y la mayoritaria en este país, ha sido omisa porque al reducir la vida del espíritu y la marea del amor de Cristo a una pobre moral sexual y al cuidado de la imagen ya muy deteriorada de su institución, ha descuidado el amor y el servicio a los pobres, y, semejante a la clase sindical y empresarial de nuestro país, ha buscado el poder, el clientelismo político y la riqueza humillando la Palabra. Ha sido omisa porque preocupada por la vida que está en el vientre de las madres –y que hay que defender–, ha descuidado las de los que ya están aquí. Estamos ante el mal y la Iglesia debe decir con San Agustín: “Buscaba de donde viene el mal y no salía de él”. Si ustedes hablan alto y con claridad, si se niegan a las componendas y a los privilegios, que ocultan el crimen; si son fieles a su Señor y están dispuestos como él a dar la vida, podemos hacer que el número de las víctimas disminuya más rápidamente.

Todos y cada uno de ustedes ha puesto como el valor supremo de la vida a la economía en su sentido más pervertido: el del consumo y el del dinero. En su nombre, han destruido todos los ámbitos de convivencia y con ello han destruido nuestro suelo y nuestras relaciones de soporte mutuo hasta sumirnos en el horror de la violencia, la miseria y el miedo. Cada uno de nosotros hemos también sucumbido a ello y conocemos nuestras traiciones. Por ello les decimos y nos decimos que toda esta violencia debe de terminar o al país se lo va cargar la chingada.

*Extracto del discurso -"Estamos hasta la madre"- de Javier Sicilia.

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