Ahora que al fin sale la autobiografía de Keith Richards traducida al idioma de Cervantes, habrá que prestar atención a sus palabras en espaniouul:
"Creo que el primer single que me compré fue “Long Tall Rally”, de Little Richards, una canción fantástica, incluso hoy. Las buenas con el tiempo se hacen mejores. Pero la que me hizo despegar de verdad, la que fue como una explosión en medio de la oscuridad, la oí en Radio Luxemburgo una noche que estaba escuchando música en un transistor pequeño, cuando se suponía que ya estaba en la cama dormido: “Heartbreak Hotel”.
(La música) Era una droga mucho más potente que el caballo (la heroína): el caballo siempre lo puedes dejar, la música no. Una nota te lleva a otra y nunca sabes exactamente qué viene después, y tampoco quieres. Es como caminar por una bellísima cuerda floja.
Mick Jagger y yo nos conocimos porque vivíamos muy cerca e íbamos a la misma escuela… En 1961 coincidí con Mick en la estación de Dartford. Si te metes en un vagón de tren con un tío que lleva bajo el brazo discos de Chuck Berry y Muddy Waters, es amor a primera vista.
Lo que descubrí sobre la música y el blues, al remontarme al origen de las cosas, era que nada aparecía por generación espontánea, que por muy bueno que fuera algo, no era el resultado de un único golpe de genialidad. Un tío genial escuchaba a otro tío genial y lo que producía era su propia variación del tema, así que de repente te dabas cuenta de que todo el mundo estaba conectado.
Brian, después de enterarse de cuánto iba a costarnos la llamada, telefoneó a Jazz News, que servía un poco de guía en el mundillo, y dijo:
—Tenemos un bolo (concierto) en…
—¿Y cómo se llama tu grupo?
Nos quedamos mirándonos los unos a los otros con cara de sorpresa. La llamada costaba pasta. ¡Muddy Waters, ven a rescatarnos! La primera canción de The Best of Muddy Waters es “Rollin’ Stone”; la funda del disco estaba por el suelo en ese momento. A la desesperada, Brian, Mick y yo nos tiramos a la piscina:
—Los Rolling Stones.
¡Joder, qué momento de tensión! Gracias a no pensárnoslo mucho nos ahorramos seis peniques.
Había noches en que tocábamos la canción de Popeye El Marino y el público ni se enteraba porque en realidad no nos oían… Hubo una tía que se tiró desde un palco del tercer piso a la muchedumbre que había debajo: a la persona sobre la que cayó le provocó graves lesiones y ella se rompió el cuello y se mató. De vez en cuando pasaba una putada horrible como ésa.
El imponente poder de las mocosas de 13, 14 o 15 años que van en grupo se me ha quedado grabado a fuego. Estuvieron a punto de matarme. Nunca he temido más por mi vida que por culpa de ellas: si caías en medio de una multitud de chiquillas enloquecidas, te estrangulaban, te rasgaban la ropa… cuesta trabajo explicar lo terrorífico que podía ser.
En el asiento trasero de aquel Bentley, en algún lugar entre Barcelona y Valencia, Anita (Pallenberg, quien era novia de Brian Jones) y yo nos miramos: la presión era tan bestial que sin previo aviso se puso a hacerme una mamada. La presión se disipó y de repente estábamos juntos. No se suele hablar mucho cuando ocurre algo así; sin necesidad de decir nada lo notas, sientes una sensación de inmenso alivio porque ha llegado por fin el desenlace.
Del asunto entre Mick y Anita tardé en enterarme, pero me lo olía... No soy un tipo demasiado celoso. Nunca tuve intención de atarla en corto. Aquello abrió una brecha considerable entre Mick y yo, pero sobre todo por parte de Mick. Y probablemente para siempre… pero mientras tanto yo me estaba tirando a Marianne (Faithfull). Vaya lo uno por lo otro.
Mi conclusión: la vida de yonqui (adicto) no es recomendable para nadie; yo era de los que mejor se la montaban y aun así era una vida bastante jodida. Y desde luego no es el camino hacia la creación musical ni nada por el estilo… la clave para mi supervivencia fue que sabía dosificarme. En realidad nunca se me fue la mano. Bueno, tampoco voy a decir que nunca, a veces acababa en un puto coma.
No tengo un recuerdo exacto de la primera vez que me metí heroína. Seguramente estaba mezclada con una raya de coca en un speedball, y si no andabas con gente acostumbrada a la mezcla, ni lo sabías: “Lo de ayer en la noche fue muy interesante, ¿qué era?”. Así es como te vas enganchando poco a poco, porque ni te acuerdas de cuando has empezado a meterte y de repente ahí está.
A Mick no le gusta que hable con sus mujeres, siempre acaban llorando en mi hombro porque se han enterado de que él anda por ahí de conquista otra vez. ¡La de lágrimas que han vertido sobre este hombro Jerry Hall, Bianca, Marianne Faithful, Chrissie Shrimpton! Me han arruinado un montón de camisas. ¡Vienen a preguntarme a mí qué tienen que hacer! ¿Y yo qué coño sé? ¡No folles con él! Y ahí me tienes a mí, en el improbable papel de “tío Keith”, una faceta que mucha gente no sospecha.
Estaba de gira en París, con Marlon (su hijo mayor), cuando me dieron la noticia de la muerte de mi hijo Tara, con sólo dos meses, se lo habían encontrado muerto en la cuna. Me llamaron cuando estaba preparándome para salir al concierto. “Siento mucho comunicarle que…”. Es como si te pegaran un tiro. Y luego: “Evidentemente querrás que cancelemos el concierto”. Me lo pensé unos instantes y contesté que por supuesto no íbamos a cancelar. Habría sido lo peor, porque no tenía ningún otro sitio adonde ir.
Me recetaron un medicamento que se llama Dilatin para espesar la sangre. Es el motivo por el que no he vuelto a probar la coca desde entonces: licúa la sangre igual que la aspirina… La verdad es que me he metido tanta por la nariz a lo largo de mi vida que no la echo de menos lo más mínimo. Creo que es la coca la que me ha dejado a mí.
Puedo dormirme en los laureles. Creo que ya he provocado revuelo más que suficiente en esta vida y puedo vivir con ello, y sentarme a ver cómo otros lo llevan. Pero esa palabra, “retirarse”… Me retiraré cuando estire la pata. Se nos critica mucho porque ya somos viejos… Por lo visto, los roqueros blancos ya no deben ejercer a nuestra edad. Pero yo no sigo en la brecha porque quiera hacer discos o ganar dinero. Estoy aquí para decir algo y para llegar a la gente, a veces con un grito desesperado: “¿Conoces este sentimiento?”.